El Anticomunismo y la Xenofobia Son Ataques en Contra de Todos los Trabajadores
A principios de 1920, agentes federales estadounidenses arrestaron a miles de comunistas y otros en las “Redadas Palmer”. Los comunistas inmigrantes fueron detenidos para ser deportados. Los ciudadanos estadounidenses fueron entregados a funcionarios estatales para enjuiciarlos políticamente.
El Fiscal General de EE. UU., A. Mitchell Palmer, y su ayudante, J. Edgar Hoover, sirvieron bajo el presidente racista e imperialista Woodrow Wilson, un demócrata. Las redadas terminaron pronto, pero la xenofobia y el anticomunismo no. Todavía estamos luchando contra sus efectos de largo plazo.
El transfondo fue la ola de huelgas masivas de 1919. Los obreros de los astilleros de Seattle provocaron una huelga general. Los trabajadores de la costura en la ciudad de Nueva York, principalmente mujeres inmigrantes, se fueron a la huelga por una semana laboral más corta y ganaron. Los costureros de abrigos y de otras vestimentas siguieron su ejemplo.
Los trabajadores telefónicos en Boston, en su mayoría mujeres jóvenes, lideraron el cierre de las comunicaciones en el noreste del país. Trabajadores del transporte público se fueron a la huelga en Chicago y Nashville.
Más de 300 mil obreros del acero, en su mayoría inmigrantes europeos, cerraron la industria en septiembre. Los izquierdistas, incluidos los futuros comunistas, dieron un liderazgo clave. Pero en su perspectiva sindicalista, las luchas económicas lo eran todo. Rechazaron la política, fuera esta revolucionaria o no.
Huelgas rebeldes en la industria del carbón durante el verano se convirtieron en una huelga nacional. Los mineros se rebelaron contra dirigentes sindicales y oficiales gubernamentales. Convocaron huelgas, porque técnicamente, la guerra no había terminado. Cuatrocientos mil mineros se fueron a la huelga el 1 de noviembre.
El diario New York Times se quejó de lo que llamó “el elemento extranjero… impregnado de las doctrinas de la lucha de clases… ignorante y fácilmente engañado”. Los obreros inmigrantes demostraron su entendimiento dando liderazgo importante a su clase.
El mayor general Leonard Wood declaró la ley marcial en Gary, Indiana, en el apogeo de la huelga del acero. Justificó las incursiones militares contra los radicales laborales afirmando que “la influencia de los rojos sobre los trabajadores es un peligro real y grande para Estados Unidos en este momento”. ¡Era peligroso para la clase capitalista estadounidense!
Pero sin un partido comunista masivo, la revolución era imposible
Secciones de inmigrantes rompieron con el Partido Socialista reformista para formar el Partido Comunista de EE.UU. en septiembre de 1919. Los izquierdistas de habla inglesa también se separaron para formar el Partido Laboral Comunista. En mayo de 1921, persuadidos por la Internacional Comunista, estos se fusionaron.
El nuevo Partido Comunista sufrió de fraccionalismo, política sindicalista y aislamiento de las masas. Sus esfuerzos de lucha contra el racismo, muy común entonces entre los obreros blancos, fueron “demasiado poco, demasiado tarde”. Peor aún, la Internacional Comunista lo alejó de la organización clandestina y entró en la política electorera.
Estas debilidades hicieron que la revolución pareciera remota para el joven movimiento comunista estadounidense.
Pero los capitalistas estadounidenses tenían la intención de eliminar cualquier chispa del bolchevismo. Desde 1917 habían atacado implacablemente al IWW (Obreros Industriales del Mundo) con palizas, encarcelamientos y asesinatos. Estos alcanzaron su apogeo máximo cuando, en noviembre de 1919, el IWW defendió su local en Centralia, estado de Washington, de un ataque dirigido por empresarios locales y la recién fundada Legión Americana.
Para entonces, el una vez influyente IWW se estaba volviendo rápidamente irrelevante. Un bastión del sindicalismo, se negó a unirse a la nueva Internacional Comunista dirigida por los soviéticos. Algunos de sus mejores líderes lo abandonaron para ingresar al Partido Comunista.
El 7 y 8 de noviembre de 1919 marcó el segundo aniversario de la revolución bolchevique. Esa noche, el Fiscal General de EE. UU., A. Mitchell Palmer, en coordinación con la policía local, allanó casas y oficinas de radicales laborales en todo Estados Unidos. Un blanco principal era la Unión de Obreros Rusos.
Doscientos cincuenta inmigrantes fueron deportados a Rusia el 21 de diciembre. Con ellos había dos anarquistas famosos, Emma Goldman y Alexander Berkman. Siguieron las redadas de Palmer en enero de 1920. Estas pronto fueron condenadas incluso por los tribunales federales.
Pero la xenofobia y el anticomunismo se integraron en la cultura estadounidense del siglo XX.
Las mujeres blancas ganaron el voto en 1920, apoyadas por racistas que esperaban que estas contrarrestaran los votos de los hombres inmigrantes. Los presos políticos, incluidos los pacifistas, permanecieron en la cárcel. El ejército de EE.UU. comenzó un programa de entrenamiento anticomunista. La inmigración estaba cada vez más restringida. La Ley de Orígenes Nacionales de 1924 impuso cuotas racistas.
Juramentos de lealtad, censura de libros escolares y campañas de “cristianización” se hicieron comunes. Los líderes sindicales anticomunistas juramentaron lealtad al capitalismo. Escuelas secundarias integrales tenían como meta “americanizar” a los niños inmigrantes.
Lamentablemente, Goldman y otros anarquistas contribuyeron a la cruzada anticomunista con sus ataques a la Unión Soviética. Los comunistas que lideraron la Unión Soviética estaban equivocados en muchas cosas. Pero las críticas anarquistas, entonces y ahora, provenían de la derecha.
Hoy, generalmente recibimos una gran respuesta a Bandera Roja de los trabajadores y jóvenes en los lugares de trabajo y manifestaciones masivas. Pero aún debemos enfrentar la xenofobia y el anticomunismo que ha sido parte de la cultura de masas en EE.UU. por más de un siglo.
Necesitamos confrontar el anticomunismo directamente, sea cual sea su forma. Necesitamos exponerlo como un ataque a la clase obrera internacional.
Agudizando esta lucha, podemos resolver las contradicciones y construir un Partido Comunista Obrero Internacional más grande y más fuerte.