Los «médicos descalzos» llevaron la atención médica a la China rural durante la Revolución Cultural de la década de los 60’s.
EE. UU., 1 de abril— La plaga del capitalismo tardío está extendiendo sus estragos más que nunca. Como siempre, la clase trabajadora se encuentra en primera línea lidiando con las consecuencias.
El resurgimiento de enfermedades prevenibles y el rechazo generalizado de la verdad científica en EE. UU. no es una coincidencia. Más bien, es un síntoma de las contradicciones inherentes al capitalismo: la necesidad de generar ganancias continuamente frente a las necesidades del trabajador.
La reticencia a las vacunas, el regreso de enfermedades como el sarampión y la polio, y la supresión de la verdad científica. Todas estas son consecuencias de un sistema que prioriza el lucro privado sobre el bienestar colectivo.
La propagación de desinformación sobre las vacunas no es simplemente el resultado de la ignorancia. Es un producto directo de la manipulación de la población por parte de las instituciones capitalistas.
Las gigantes farmacéuticas, que poseen patentes de vacunas que salvan vidas, han priorizado durante mucho tiempo las ganancias sobre el acceso universal a la atención médica. No garantizan que las vacunas sean gratuitas para todos. En cambio, las grandes corporaciones se benefician de un sistema que permite que la riqueza dicte los resultados sanitarios.
Mientras tanto, el panorama mediático capitalista prospera gracias al sensacionalismo. Esto permite que las plataformas de redes sociales sirvan de caldo de cultivo para las teorías conspirativas.
La desinformación es una consecuencia desafortunada de la tecnología moderna. Es una característica de un sistema económico que se beneficia de mantener a la clase trabajadora dividida y distraída. Al fomentar la desconfianza en la ciencia, las élites gobernantes debilitan la solidaridad necesaria para la acción colectiva contra las injusticias sistémicas. Estas incluyen la desigualdad en la atención médica y la explotación laboral.
El resurgimiento de enfermedades prevenibles en EE. UU. es un claro ejemplo del fracaso del capitalismo. El sarampión se erradicó en EE. UU. en el año 2000. Pero ha regresado recientemente a medida que las tasas de vacunación han disminuido debido a la desinformación generalizada sobre las vacunas.
Lo mismo ocurre con la polio. Esta enfermedad había sido casi eliminada. Pero ahora se está propagando en comunidades empobrecidas y devastadas por la guerra, como Gaza. Estos brotes no son simplemente el resultado de decisiones individuales. Más bien, son el resultado predecible de un sistema que se niega a garantizar la atención médica.
En una sociedad comunista, se priorizará la salud pública y no existirán las ganancias. La distribución de vacunas y la educación se manejarán como responsabilidades colectivas.
En contraste, el EE. UU. capitalista ha permitido que las corporaciones privadas dicten las políticas de salud. Esto garantiza que solo quienes puedan costear la atención médica la reciban.
El movimiento antivacunas es una herramienta utilizada por un sistema que no se preocupa por invertir en alfabetización científica, sino que permite deliberadamente que la desinformación prospere sin regulación.
Más allá de la desinformación sobre las vacunas, el ataque más amplio a la ciencia en EE. UU. está alimentado por intereses capitalistas. Estos buscan mantener el control económico e ideológico sobre la población. La negación del cambio climático es un claro ejemplo. Las corporaciones de combustibles fósiles gastan miles de millones para suprimir el consenso científico y así continuar con sus industrias destructivas y lucrativas.
De manera similar, durante la pandemia de COVID-19, los intereses corporativos se resistieron activamente a las medidas de salud pública que habrían limitado las operaciones comerciales. Priorizaron las ganancias económicas a corto plazo por encima de la vida de millones de personas.
Esta supresión de la ciencia es profundamente política. Una población bien informada y con conocimientos científicos sería menos susceptible a la explotación. Tendría más probabilidades de exigir un cambio sistémico. Al mantener a los trabajadores desinformados y escépticos respecto a las instituciones científicas, la clase dominante garantiza la continuidad de un sistema que beneficia a unos pocos a expensas de la mayoría.
La única solución reside en desmantelar el sistema capitalista. El capitalismo solo sabe perpetuar la desigualdad y utiliza la ciencia como arma de explotación. Solo en el comunismo la ciencia servirá verdaderamente a las masas como herramienta de liberación.