La votación no cambia nada. La lucha continúa
La democracia es la forma política de la producción de mercancía. Una vez que las sociedades aristocráticas y campesinas, basadas en la propiedad de la tierra se desintegraron, las clases dominantes emergentes necesitaban una nueva ideología, o conjunto de ideas, para unificar la sociedad. Con los campesinos liberados de la costumbre y servidumbre obligatorias, el atractivo de la iglesia y las tradiciones perdieron influencia. La democracia parecía ser un avance.
Sin embargo, ya sea liberal o autoritaria, la democracia no es más que la administración del modo de producción capitalista. Crea una idea general que descarta o pone a un lado cualquier idea de explotación. Su concepto clave de que el “ciudadano” o el “pueblo” son todos iguales no es más que una ficción.
Es una ficción importante que entierra la rea lidad de la guerra de clases. Reclama igualdad política entre, digamos, Jeff Bezos, el multimillonario propietario de Amazon, y los miles de trabajadores con salario mínimo que crean su riqueza trabajando para él, junto con los millones que están desesperados por conseguir un empleo remunerado y cuya situación ejerce una presión negativa para reducir salarios.
Miren ese escenario y pregúntense qué tan útil es el concepto, “Nosotros, el pueblo…” La revolución que estamos construyendo comienza, en cambio, argumentando “Nosotros los explotados” La democracia está vinculada a la producción mercantil en la forma en que explica nuestra relación con la sociedad en general: Un Comprador: Un Vendedor. Una Persona: Un Voto. Una Tarifa: Un Pasajero.
Votamos como pagamos las cuentas: solos, aislados y débiles o una sola persona contra poderosas fuerzas impersonales, tal como el mercado monetario y el gobierno nacional.
Cuando cerramos la cortina para emitir nuestro voto, rechazamos -o cerremos la cortina a – la so lidaridad, las masas, el poder colectivo de la clase obrera. Para que una pequeña elite gobernante pueda gobernar sobre las masas proletarias, deben mantenernos divididos, intimidados y desconociendo nuestra propia fuerza como una clase unida. El racismo, sexismo, patriotismo y la xenofobia son armas importantes en el arsenal de los patrones. También lo es la urna.
Es fácil subestimar el poder de las urnas. Miremos a mayo 1968: un espontáneo movimiento estudiantil-obrero masivo que paralizó el poderío del capital francés solo para colapsar en las urnas. El lema Le vote ne change rien (El voto no cambia nada) tenía la intención de decirle a las masas que necesitaban la revolución, no votar por las reformas. Pero la verdad es que desviando el movimiento hacia la política electoral derrotó el levantamiento más grande en un país completamente industrializado de la época contemporánea. La urna electoral fue la bala final en la derrota del levantamiento.
Por lo tanto, el voto no es neutral: sabotea activamente el movimiento revolucionario de las masas. En El Salvador, después del Tratado de Paz de 1992, la guerrilla, en lugar de luchar por el poder, se convirtió en un partido electorero. También, en Sudáfrica. El Congreso Nacional Africano disolvió su brazo revolucionario armado, la Lanza de la Nación, en 1994 cuando se presentó a las elecciones. Ahora es el partido, como es el caso en El Salvador, que administra el capitalismo.
Nuestro objetivo es construir un movimiento revolucionario que comienza con el lema “Nosotros, los explotados”, que construye la solidaridad y la confianza que no pueden ser construidos tras las cortinas de las urnas. Este movimiento comienza con la lucha contra cada ataque capitalista con el entendimiento de que debemos ponerle fin a este sistema. Comienza con darle un volante o la ultima edición de Bandera Roja a un compañero de trabajo o estudiante, a un miembro de la familia o a otro pasajero en el autobús. Ese es el trabajo diario de construir la lucha por un mundo mejor, que con el tiempo creará las condiciones para que la clase trabajadora tome el poder y construya el mundo comunista que necesitamos.